Lina Khan y el regreso del antimonopolio

En los últimos años, Lina Khan se ha encontrado a la vanguardia de un nuevo movimiento antimonopolio. Pero, ¿es su visión del mundo demasiado limitada para controlar verdaderamente a las corporaciones?

Por: Justin H. Vassallo / Traducción: Andrea Chester
Arte: Ivana Vollaro

Lina Khan y el regreso del antimonopolio

Introducción Revista Sagitario:

Cuando su presidencia llegue a su fin, el mandato de Joe Biden será inmediatamente recordado por su fracaso político a la hora de impedir el regreso de Donald Trump. Sin embargo, los mejores aspectos de su visión económica tal vez dejen un legado duradero.

La decisión de Biden de nominar a Lina Khan para presidir la Comisión Federal de Comercio (FTC)1 y su orden ejecutiva en julio de 2021 para promover la competencia en la economía estadounidense no estuvieron acompañadas de mucha fanfarria. Pero fueron dos de las acciones más significativas de su presidencia. Para los simpatizantes de un resurgimiento del movimiento antimonopolio, este fue el verdadero corazón del cambio de paradigma en política económica proclamado por Biden.

La decisión de Biden de fomentar una mayor competencia en el país de la libre empresa ha provocado el antagonismo de las empresas estadounidenses en formas que no se habían visto en décadas. Bajo el liderazgo de Khan, la FTC ha cuestionado las fusiones propuestas y ha ayudado a avanzar demandas antimonopolio contra gigantes tecnológicos como Amazon y Google. Mientras tanto, sus numerosas investigaciones y normas se han convertido en anuncios de servicio público sobre lo que se considera práctica anticompetitiva o predatoria. Este es un giro inusual para la agencia burocrática de 110 años, pero está en línea con el espíritu de cruzada detrás de su creación bajo el presidente Woodrow Wilson y el juez de la Corte Suprema Louis Brandeis. Al igual que ellos, Khan cree que educar a los consumidores y trabajadores sobre la ley y sus derechos es fundamental para el mandato de la FTC.

Khan, de treinta y cinco años, parece haber renovado casi por sí sola la alguna vez celebrada tradición antimonopólica del Partido Demócrata. Durante las eras de Bill Clinton y Barack Obama, los demócratas se mostraron en gran medida receptivos a las megaempresas, habiendo aceptado el “estándar de bienestar del consumidor” propuesto por el jurista Robert Bork y economistas neoliberales. Bork y sus acólitos intentaron disminuir radicalmente el alcance de la doctrina antimonopolio, argumentando que la concentración empresarial no era una amenaza siempre que las economías de escala proporcionaran eficiencias que reforzaran la riqueza de la nación. El mandato de Khan, combinado con las acciones tomadas por Jonathan Kanter en el Departamento de Justicia y Rohit Chopra en la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, marca una ruptura prometedora con esta interpretación del laissez-faire.

Su enfoque confrontativo  ha puesto nerviosa a una clase empresarial dominada por la tecnología y las finanzas que, por lo demás, considera al Partido Demócrata menos perturbador que un GOP trumpista. Hasta ahora, la clase dominante ha tolerado la política industrial y el estímulo fiscal debido a los enormes incentivos empresariales contenidos en la legislación emblemática de Biden y la incertidumbre en torno a un nuevo mandato de Trump. Pero son muy conscientes de que una supervisión más estricta de sus prácticas comerciales tiene el potencial de popularizar la política antimonopolio y revertir decisivamente la discreción de la que disfrutaban las grandes empresas en la era neoliberal.

Un elemento central de los argumentos de Khan contra las empresas que abusan de su posición en el mercado es la creencia de que los mercados deben guiarse por normas distintas al simple intercambio de bienes y servicios. Eso por sí solo ha alarmado a varias empresas que en conjunto controlan gran parte de la economía postindustrial. Amazon, Google, Microsoft y otras empresas han respondido con nerviosismo a la vigilancia de Khan sobre sus acciones en nombre de la competencia leal. Las críticas alcanzaron un punto álgido este verano, cuando un destacado capitalista de riesgo, Vinod Khosla, calificó públicamente a Khan como “un ser humano no racional” y alguien que “no entiende de negocios”. De acuerdo al Proyecto de Libertades Económicas Estadounidenses, un grupo de expertos antimonopolio, el Diario de Wall Street ha publicado 122 artículos atacando a la FTC de Khan.

Por supuesto, la clase capitalista exagera la capacidad de Khan para endurecer las reglas del capitalismo democrático y castigar el comportamiento depredador. Incluso los defensores de la aplicación de las leyes antimonopolio comparan sus esfuerzos con un juego de Whac-A-Mole2. La victoria en un caso no necesariamente impide el comportamiento monopolístico o coercitivo en otros. Tampoco siempre está claro cómo la aplicación de la ley beneficiará ampliamente a los consumidores y trabajadores. La política de competencia a menudo se justifica para promover la innovación y, en ese sentido, perpetúa efectivamente el ciclo de formación de capital y crecimiento que lleva a que nuevas empresas ganen participación de mercado. Además, los desafíos actuales son singularmente formidables. Los avances tecnológicos y la globalización han dificultado aún más otros tipos de regulación, como los controles de capital.

Durante gran parte del siglo XX, la tradición antimonopolio apuntaló la fe permanente de los liberales estadounidenses en el “capitalismo moral”. A medida que evolucionó a lo largo de la era de posguerra, este movimiento buscó poner freno al poder del mercado en lugar de transformar radicalmente el capitalismo. Crear capacidad estatal para planificar o intervenir de otro modo en la economía siempre estuvo mucho más allá de la imaginación de la corriente principal del movimiento antimonopolio.

Para una izquierda que todavía aspira a construir un Estado de bienestar fuerte y ampliar la propiedad pública, las medidas antimonopolio pueden parecer secundarias a la transformación de nuestros sistemas de producción y distribución, y tal vez incluso contrarias a ellas. Entonces, ¿qué deberíamos hacer con Khan y el legado antimonopolio de la administración Biden? ¿Y qué será del movimiento después de que Trump asuma el poder en enero?

Reclamando el interés público

La atención sobre Khan ha sido implacable desde mucho antes de que comenzara su mandato como presidenta de la FTC en junio de 2021. Varios perfiles han relatado que, en 2017, a los veintinueve años, publicó un artículo de amplia circulación. Su paper para The Yale Law Journal  explicaba el ejercicio del poder de monopolio por parte de Amazon en una variedad de roles de mercado, desde la distribución minorista hasta el ámbito en expansión de la tecnología y los servicios de medios. Siguió una extensa cobertura de sus argumentos en el New York Times, The Atlántic y otras publicaciones importantes a medida que más periodistas de negocios comenzaron a investigar cómo la digitalización de la economía había llevado a nuevas concentraciones de riqueza.

En la era Trump, estaba claro que los salarios estancados, la desindustrialización, la disminución de la afiliación sindical y los recortes de impuestos para los ricos eran sólo una parte de la historia. Como lo vieron Khan y otros miembros del movimiento neobrandeisiano3, una nueva cosecha de monopolios se había apoderado de la infraestructura digital de la que ahora dependían la mayoría de los estadounidenses para satisfacer sus necesidades rutinarias. Empresas tan diferentes como Amazon y Uber podrían participar en precios predatorios sistemáticos a una escala y a un ritmo previamente desconocidos. Las plataformas diseñadas para manipular a los usuarios y extraer ingresos adicionales perjudican a los consumidores al tiempo que intensifican el trabajo de cuentapropistas. Pero en algunos casos también exprimieron a los competidores y efectivamente establecieron barreras de entrada al mercado. El resultado fue un sistema cada vez más oligopólico en el que el desarrollo económico no podía tener lugar fuera de los canales controlados por Silicon Valley y Wall Street.

El rigor intelectual de Khan sin duda impulsó su ascenso entre los ámbitos donde se formulan políticas públicas que esperaban restablecer un mínimo de supervisión gubernamental después del afán desregulador de la administración Trump. Sin embargo, es su comprensión de lo que deberían hacer los mercados lo que ha distinguido su paso por el gobierno. Haciéndose eco de los reformadores del pasado que creían que los mercados deben servir a la sociedad, y no al revés, Khan ha reclamado una definición más amplia del interés público que tiene el potencial de atraer a los estadounidenses más allá de las divisiones partidistas. En una era marcada por la hiperpolarización, este talento la ha convertido en un enemigo aún más peligroso para las grandes tecnológicas, los capitalistas de riesgo y el capital privado. De hecho, pocos funcionarios designados han cristalizado lo que mucha gente sospecha que es cierto de la economía postindustrial en un lenguaje que ilumine de manera tan consistente cómo los monopolios ponen en peligro nuestros derechos como ciudadanos.

Su liderazgo en la FTC refleja en términos generales un intento de combinar los principios de protección al consumidor y competencia leal. Como lo defendió la senadora Elizabeth Warren4 y otros antimonopolistas modernos, los mercados prudentemente regulados generan tres resultados positivos: precios justos, prohibiciones del fraude y la depredación, y restricciones a la competencia ruinosa para proteger a las empresas más pequeñas y apoyar los salarios y el empleo locales. En esencia, el objetivo es mantener un equilibrio en el que el poder adquisitivo del consumidor generalmente se maximice sin socavar los beneficios de los mercados descentralizados.

Como resultado, esta escuela aboga por una concepción amplia del bienestar del consumidor. Según este punto de vista, el bienestar del consumidor no puede reducirse a pagar el precio potencial más bajo por un producto o servicio determinado en un momento específico. Más bien, significa tener cierta capacidad de acción y flexibilidad básicas para organizar la economía familiar de acuerdo con los deseos y necesidades de cada uno. Esto, a su vez, requiere no depender totalmente de unas pocas empresas. Cuando las empresas crecen tanto que eliminan a los rivales existentes e impiden la entrada al mercado de futuros competidores, la “elección del consumidor” pasa a depender enteramente de las decisiones de los monopolistas.

La inflación del vendedor que impulsó los aumentos de precios durante las crisis de la cadena de suministro de la pandemia de COVID-19 fue un claro recordatorio de cómo las grandes empresas con bases de clientes cautivos pueden convertirse en fijadores de precios rapaces. De la misma manera, podrían aumentar las ganancias reduciendo la calidad de sus productos, confirmando así la ardiente creencia de los antimonopolios de que la concentración corporativa desenfrenada perjudica los niveles de vida en el largo plazo.

Durante su mandato, Khan ha tratado de evitar que se repita este comportamiento poniendo en práctica su amplia doctrina de protección al consumidor. Para disuadir tanto de delitos extremos como de trampas rutinarias, ha ejercido liberalmente los poderes de investigación y reglamentación de la FTC.

Guiada por la convicción de que la competencia leal y la transparencia van de la mano, ha dedicado una considerable potencia de fuego contra la búsqueda de rentas basada en los datos. Los precios de vigilancia y las tarifas basura opacas son sólo dos de las técnicas que Khan ha señalado como responsables de los aumentos sigilosos de los precios. Aunque son comunes, como se ve en la industria de viajes y el comercio minorista en línea, estas prácticas han dejado a muchos estadounidenses en peor situación sin que siempre se den cuenta de por qué se sienten más pobres. En otros casos, la FTC de Khan persiguió a un propietario corporativo que forzó desalojos ilegales durante la pandemia, ayudó a reducir el costo de los inhaladores desafiando las listas de patentes falsas, y demandó a administradores de beneficios de farmacia por inflar el precio de la insulina.

Más que cualquier logro, este historial de supervisión intensificada ha enfurecido a varios líderes de la industria, aun cuando Khan se ha ganado el aplauso de algunos empresarios, entre ellos voces liberales en el llamado sector de las Pequeñas Tecnológicas. Todo está hecho para una narrativa mediática sensacional, particularmente dada la edad de Khan y sus antecedentes familiares paquistaníes, así como sus hábiles habilidades para las entrevistas.

Sin embargo, individualmente, las victorias dispersas de la FTC son sólo pequeñas abolladuras en la armadura del capital global. Khan ha expresado su confianza en la disuasión, observando, por ejemplo, que algunas empresas sometidas a escrutinio hayan abandonado las fusiones propuestas. Pero la FTC, a pesar de su giro más militante, no puede hacer mucho. Por ejemplo, si bien puede imponer sanciones civiles por ciertas ilegalidades, realizar estudios que podrían servir de modelo para la legislación del Congreso y demandar a las empresas, no tiene el poder policial para reclamar grandes daños o disolver directamente los monopolios. Además, los esfuerzos por restringir y eliminar tipos específicos de comportamiento anticompetitivo pueden fácilmente estancarse en los tribunales inferiores, donde los jueces conservadores ven con malos ojos los desafíos a la libertad corporativa.

La eficacia de la FTC también está limitada por lo que puede detectar. En la práctica, esto normalmente significa que el equipo de Khan y sus homólogos de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor y del Departamento de Justicia están buscando reparación tras un daño económico significativo, a veces infligido durante meses o años. Ese proceso de recopilación de información es sin duda fundamental para desarrollar casos legales sólidos por violaciones de las leyes de protección al consumidor y antimonopolio. Pero como revela la intensificación de la supervisión de la FTC, gigantes como Amazon no son las únicas empresas culpables de prácticas monopólicas y anti-trabajadores.

En uno de los ejemplos más atroces recientemente resaltado por Khan, una mujer que sufrió acoso sexual en su trabajo en un restaurante fue demandada por el propietario por romper un acuerdo de no competencia después de que ella renunció y comenzó a trabajar en otro restaurante. Casos como este sugieren que una clara podredumbre impregna la economía, lo que plantea la eterna pregunta de si nuestras leyes han sido subvertidas por malhechores o si intrínsecamente favorecen la dominación sobre la justicia.

Un enfoque más radical

A pesar de la autoridad limitada de la FTC, los defensores de Khan esperan que sus acciones ayuden a provocar un ajuste de cuentas nacional sobre la coerción y explotación económicas. Pero hay impedimentos estructurales que los medios restan importancia. La amplia despolitización de la economía entre los años 1980 y 2000, impulsada por la industria de las tarjetas de crédito y seguida por la explosión del consumismo basado en aplicaciones en la última década, ha resignado a millones a una extracción financiera constante que en el pasado habría incitado a los radicales agrarios, a los socialistas municipales y a las ligas de defensa del consumidor. La protesta en las redes sociales por daños específicos como los altos precios de los alimentos y las tarifas injustas de las aerolíneas continúa dando paso a corrientes más amplias de apatía.

Hay indicios de que Khan atribuye las raíces de tal apatía al desempoderamiento de los trabajadores estadounidenses. A principios de este año, amplió su mandato a las cuestiones laborales al intentar prohibir las cláusulas de no competencia. La medida apeló directamente al ideal del trabajo libre, destrozado pero todavía arraigado en la psique estadounidense. Aunque fue obstruido en agosto por un juez federal conservador en Texas, el fallo de Khan señaló cómo la tradición antimonopolio puede alinearse con la defensa de los derechos de los trabajadores.

“Las cláusulas de no competencia reducen sistemáticamente los salarios, incluso para los trabajadores que no están sujetos a ninguna”, explicó el año pasado en un artículo de opinión para el New York Times. «Si los empleadores saben que sus trabajadores no pueden irse, tienen menos incentivos para ofrecer salarios y beneficios competitivos, lo que ejerce presión a la baja sobre los salarios de todos». Como ha demostrado ser característico de las declaraciones públicas de Khan, este argumento efectivamente defiende que frenar la coerción no es sólo una cuestión de justicia, sino que es fundamental para combatir la desigualdad y mejorar la salud económica de la nación. Sostiene que el opresivo status quo de no competencia, que afecta directamente a unos treinta millones de trabajadores, debilita la innovación y daña la economía.

Estos argumentos sugieren que en el pensamiento de Khan está en juego una tradición antimonopolio más radical. Si bien el ámbito de competencia de la FTC puede parecer intrínsecamente limitado a una reforma gradual, es probable que Khan vea sus responsabilidades como parte de un proyecto igualitario más amplio. Los “mercados”, desde este punto de vista, no son un eufemismo para referirse al capitalismo, si este último se entiende simplemente como un sistema de maximización y acumulación de ganancias. Más bien, existen y se justifican en la medida en que cumplen fines sociales: la provisión de bienes que sustentan la vivienda, el sustento, la salud, la educación y la cultura. En otras palabras, los mercados son un instrumento de desarrollo mutuo entre los ciudadanos y sus comunidades, pero sólo mientras prevalezca un espíritu igualitario. Cuando los trabajadores quedan atrapados por los dictados de los monopolistas, sugiere Khan, las bases del desarrollo se deterioran.

Esa comprensión vital de la fuerza laboral distingue el antimonopolio del libertarismo de Friedrich Hayek y otras escuelas de pensamiento promercado. Como dijeron los revitalizadores antimonopolio, la lucha contra el poder monopolista a lo largo de la historia de Estados Unidos ha sido más que una batalla para preservar la libertad económica de quienes no tienen privilegios ni favores políticos; el objetivo es hacer realidad el ideal del autogobierno económico en prácticamente todos los sectores y dimensiones de la sociedad.

Varios elementos de esta visión son ampliamente compatibles con el pensamiento socialista democrático. Los principios de no coerción, producción descentralizada y autodeterminación republicana que forman la base del antimonopolismo han sido factores en los debates sobre cómo transformar la economía para proporcionar protección social, buenos niveles de vida y la relativa libertad de utilizar el trabajo de uno como uno desee. Es cierto que estas aspiraciones no son fáciles de conciliar, pero reflejan una búsqueda general de un desarrollo igualitario, es decir, un sistema que permita a todos los participantes de la sociedad contribuir al bienestar general y beneficiarse de él sin temor a fraude o subyugación.

Atados al mercado

La política antimonopolio ha sido parte de Estados Unidos desde su fundación. A lo largo del siglo XIX persistió como una crítica al poder económico concentrado. Andrew Jackson, dirigiéndose a su base de pequeños propietarios, advirtió en 1837 sobre la invasión del “poder monetario” y, en vísperas de la Guerra Civil, el Partido Republicano de Abraham Lincoln unió a los trabajadores libres contra los intereses concentrados de la clase esclavista.

El sentimiento antimonopolio resurgió de nuevo a finales del siglo XIX, un período de ferviente militancia obrera y radicalismo agrario. Las altas tasas de interés cobradas por los financistas de la costa este en la periferia agrícola, la captura del Estado por los trusts, las concentraciones  industriales cuyas nuevas economías de escala desplazaron a los artesanos y otros pequeños productores, y la ruptura despiadada de huelgas, particularmente en la minería y el acero, condujeron a una Edad Dorada que culminó en depresión a mediados de la década de 1890.

El entonces recién formado Partido Popular, los populistas, se enfrentó a la avaricia y la explotación permitidas por la economía política de la época. Pero si bien sus quejas se hicieron eco de las de sus predecesores, el enfoque populista fue más allá al defender un paradigma de desarrollo alternativo. La campaña a favor de una política monetaria inflacionaria, regulaciones empresariales, servicios públicos, propiedad cooperativa, nacionalización ferroviaria, impuestos progresivos y subsidios agrícolas transformó el antimonopolismo en un movimiento que exigía una intervención estatal más significativa y agresiva.

Esto moldeó profundamente la trayectoria posterior de la tradición antimonopólica. Entre la década de 1820 y la Era Progresista5, la política antimonopolio pasó de ser una visión romántica conservadora de la autosuficiencia a un marco para remediar los males sociales generados por la economía capitalista. A pesar de desvanecerse rápidamente después de su alianza con los demócratas en las elecciones de 1896, los populistas demostraron que el antimonopolio ya no era simplemente una base para la agitación política y la organización de base. Ofrecía enfoques concretos para la gobernanza del mercado que el Estado del New Deal adoptaría más tarde. En resumen, representó una nueva síntesis de libertad y gobierno positivo que el sistema de partidos ya no podía ignorar.

Tras su cenit radical, el antimonopolismo fue gradualmente absorbido por el mismo orden corporativo que había tratado de domesticar. El resultado, que se extendió a lo largo de varias décadas, ha sido fuente de debate académico desde entonces. ¿El liberalismo corporativo del presidente Wilson, los empresarios progresistas y, más tarde, los liberales de la Guerra Fría debilitaron la política antimonopolio al priorizar la aplicación selectiva de las leyes antimonopolio sobre otros objetivos? ¿Se convirtió la doctrina antimonopolio en una herramienta que ayudó principalmente al crecimiento del mercado, a los avances tecnológicos y a los empresarios en sectores emergentes? ¿Y en consecuencia este giro tecnocrático empujó a los márgenes las ideas de propiedad alternativa?

Estas preguntas las plantean con frecuencia quienes en la izquierda ven el antimonopolio como algo que en ocasiones es radical en su retórica, pero que en última instancia se limita a buscar soluciones dentro de la sociedad de mercado. La preocupación correspondiente es que el antimonopolio siga siendo una misión para hacer que los mercados sean justos y competitivos cuando, en nuestro momento actual, el capitalismo democrático parece imposible de resucitar. Los reguladores envalentonados como Khan pueden ser capaces de disuadir algunos de los peores abusos del mercado, conceden los críticos de izquierda, pero el antimonopolio no tiene una respuesta integral a la crisis del subdesarrollo y la desigualdad. Las batallas entre Khan y el poder corporativo, entonces, equivalen a un drama intelectual para los periodistas de Beltway, un drama que es evidentemente incapaz de estimular el tipo de movilización presenciada en la década de 1890.

Una interpretación más indulgente sugiere que el antimonopolismo no está tan desconectado de su pasado radical como parece. Es alentador que los defensores contemporáneos tiendan a considerar el antimonopolismo como el punto de apoyo oculto de los aspectos más progresistas del New Deal. El desarrollo del Sur y del Oeste a través de programas federales y la construcción del poder público, incluido el Autoridad del Valle de Tennessee, señalan, no habría sido posible sin las ideas y la defensa de los antimonopolistas. Lo mismo vale para la promoción de cooperativas energéticas y agrícolas. Mientras tanto, si bien no siempre fue coherente con los objetivos del movimiento sindical, la aplicación enérgica de las leyes antimonopolio coincidió con la marea alta de afiliación sindical entre los años 1930 y 1970. Antes de las crisis de esa última década, los liberales de mediados de siglo creían en general que los mercados regulados, los programas de desarrollo, la negociación colectiva y la ampliación de los beneficios sociales podían perseguirse juntos. La mayoría de los antimonopolistas destacados de hoy también consideran que estos objetivos son compatibles y críticos para la renovación democrática.

Quizás el mejor indicio de que los antimonopolistas están canalizando las raíces del movimiento es su férreo sentido de propósito. Khan ha resistido los ataques de la prensa empresarial y de donantes demócratas como el multimillonario Mark Cuban y el capitalista de riesgo Reid Hoffman. Aunque tiene que parecer equilibrada y relativamente neutral ideológicamente como funcionaria pública designada, ella y otros antimonopolistas de la administración Biden evidentemente disfrutaron de su misión. Podría decirse que esa determinación refleja la visión a largo plazo de las tareas que tenemos entre manos: que lo que está en juego en nuestro entorno político actual es urgente pero no definitivo. Ninguna derrota en los tribunales (o cambio desfavorable en el poder del partido, de hecho) probablemente desanime a Khan u otros que enmarcan la lucha actual como el último capítulo de una lucha de siglos por la verdadera libertad.

Lo que sucederá a continuación para Khan y su cohorte es menos seguro. En enero, Trump heredará una FTC con un historial reciente de aplicación agresiva de las leyes antimonopolio. Su vicepresidente, J. D. Vance, elogió a Khan como “una de las pocas personas en la administración Biden” que ha hecho un buen trabajo. Sin embargo, la visión conservadora dominante sigue siendo captada por el presidente del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, James Comer, quien se queja de que “Khan no se detendrá ante nada para lograr los fines deseados por la izquierda radical”.

No sorprende, entonces, que esta semana Trump haya anunciado que reemplazará a Khan con Andrew Ferguson. Los ataques al “capital despierto” –la principal fuente de la retórica antimonopolio del Partido Republicano– ya han cumplido su propósito político, mientras que los informes sugieren que una nueva ola de fusiones y adquisiciones es inminente.

Aún así, la obsesión de Trump con el crecimiento económico y la industria nacional, junto con su respaldo mucho más fuerte de Silicon Valley en esta elección, puede generar demandas de competencia justa en sectores poco probables. Mientras el Partido Demócrata lucha por reagruparse, recaerá en la izquierda la carga de hacer avanzar el legado de Khan en una dirección más radical.

Fuente: Jacobin

Código del artículo: 25001006

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