Por Barry Finger
Traducción por Guido Bovone
Archivo tomado de la revista digital Sociedad Futura www.sociedadfutura.com.ar (caída)
Los partidos socialistas de masas, los sindicatos, los consejos de trabajadores y los órganos de lucha son lugares de debate, discusión, deliberación y oposición donde, idealmente, todo se evalúa abiertamente. Su funcionalidad requiere de distritos electorales libres de transmitir su voluntad a los administradores del poder, no sólo dentro de estas mismas organizaciones sino también a las instituciones y espacios en las que estas participan.
La organización es donde los miembros se salvaguardan, proveyendo el lugar de retirada a aquellos que fallan en representar adecuadamente las aspiraciones de la base; quien falla, esto es, en traducir el entendimiento mayoritario de rango y del conflicto social en términos legales y organizacionales apropiados. Al menos, este, en gran medida, era el punto de vista Bolchevique, la perspectiva de Lenin en Estado y Revolución. Era cómo Bujarin y Preobrazhensky explicaron el Programa del Partido Comunista en 1919.
Es en parte la razón por la que los socialistas creen en una democracia de los trabajadores, donde todos los obstáculos de clase incorporados, que frustran la voluntad popular en el capitalismo, han sido removidos – y los que por lo tanto activamente animan en lugar de suprimir el completo florecimiento de la política – es infinitamente más conducente a alcanzar y asegurar una democracia más representativa, protectora de las opiniones minoritarias, y más funcional que cualquier forma previa de democracia.
La dictadura de clase socialista – una democracia de los trabajadores – ejercita la fuerza coercitiva organizada del estado revolucionario contra la minoría propietaria sólo en la medida en que esta última intenta resistir la revolución social. La forma y el alcance de sus medidas coercitivas están condicionadas por la fuerza y la efectividad de aquella resistencia. Dentro de este margen, la revolución busca asegurar en el mayor grado posible el autogobierno y el menor espacio posible para el surgimiento de una burocracia civil o militar diferenciada.
La clase revolucionaria ancla su gobierno a través de la continua expansión del espacio para el combate ideológico pacífico y la propaganda dentro del nuevo orden. Esto nos indica la tradición socialista revolucionaria. Para mantenerse y expandirse, las medidas coercitivas, inevitables a un cierto punto de la revolución, deben ser implementadas de modo que se disuelvan a sí mismas, antes de que se consoliden y creen un conjunto permanente de instituciones capaces de frustrar la iniciativa organizada y la autonomía de la clase revolucionaria misma. Un cierto parecido de familia con los escritos previos a 1917 de los Bolcheviques y de Trotsky indica el completo acuerdo con esa tradición.
Estos concebían el poder socialista, junto con Marx, de abajo hacia arriba; un permanente empoderamiento de la masa mayoritaria políticamente marginada bajo el capitalismo. Ellos asumían, cómo todos los socialistas, revolucionarios o reformistas, no sólo lo deseable e indispensable, sino también y más importante la centralidad de la democracia, al menos en principio abstracto, para el socialismo.
También sabemos que el abstracto compromiso de los socialistas al avance de la democracia fue abrogado, violado y traicionado una y otra vez en lo concreto por socialistas reformistas quienes repetidamente sacrificaron revolución por orden, incluso cuando aquel orden llevó al caos de la guerra, aliándose con los establecidos centros de poder capitalistas. ¿Y qué acaso del socialismo revolucionario? ¿Cómo el partido Bolchevique, único en los anales de la política de la clase obrera, que dirigió un amplio levantamiento de trabajadores, campesinos y soldados – una revolución de la mayoría del pueblo ruso – y que movilizó estas auto-empoderadas masas contra catorce ejércitos invasores, se transformó en menos de una década en un todopoderoso partido-estado monolítico que engulló a la revolución? ¿Cómo fue que el partido que animó a los soviets e inspiró vigor en los sindicatos y el Ejército Rojo se transformó en el vehículo de la imposición de la voluntad de una estrecha burocracia de partido sobre la del pueblo? ¿Cómo creó una nueva sociedad de clases basada en la propiedad colectivizada?
Esas son las cuestiones de marco que Max Shachtman disparó en su polémica contra Ernie Erber, un dirigente militante, educador y activista dentro del movimiento Trotskista asociado con el Workers Party, quien – en su partida – cuestionó cómo el movimiento entendía y evaluaba aquella revolución. ¿Había Erber ofrecido un nuevo punto de vista? ¿Una perspectiva revolucionaria más comprensiva basada en tierra aún no labrada? ¿O – como Shachtman afirmaba – estaba meramente re-empaquetando en clave marxista toda aquella vieja social-democracia, doctrina reformista anticuada de los enemigos de la Revolución Rusa y de la revolución social cómo motor de la democracia misma?
Esta era la gran pregunta para Shachtman. Si la democracia – el empoderamiento de las masas como señores de su propio destino – no progresará a través de las políticas reformistas y no puede ser desarrollada por los métodos revolucionarios, ¿está el socialismo mismo destinado al fracaso afirmándose cómo un proyecto utópico? ¿Qué opción ofrece Erber contra los Bolcheviques? ¿Una Asamblea Constituyente contra-revolucionaria? ¿Que proscriba todos los partidos y organizaciones políticas que tomaron las armas contra la revolución? ¿Que sofoque las rebeliones políticas, cómo la de Kronstadt, que eran mantenidas por las fuerzas de la reacción?
No debemos mirar a Shachtman para comprender los dilemas en juego. El gran teórico Menchevique y crítico partidario de la revolución, Julian Martov, lo dispuso por nosotros con encantadora honestidad.
“La influencia de nuestro partido comenzó a caer de forma incontrolable, con no poca contribución de la Seitensprünge (defección) de nuestros camaradas en Siberia, en Volga, en los Cáucasos, Crimea y demás, lo que permitió a los Bolcheviques presentarnos cómo aliados de los Aliados, de Kolchak y compañía. La agitación ilegal es infinitamente más difícil bajo un régimen cómo el Bolchevique, que después de todo tiene sus raíces en las masas, que bajo el zarismo. … En la medida en que actuamos de todos modos, nos encontramos en la lamentable situación en la que cualquier partido se encuentra a sí mismo durante una intensa guerra civil si propone ‘ideas moderadas’ … Teníamos una audiencia favorable pero siempre resultaba ser más de derecha que nosotros. Siguiendo un sano instinto, todos aquellos que se sienten aplastados por los Bolcheviques nos apoyaron con gusto cómo los mejores contrincantes contra estos. Pero ellos… tomaron sólo lo que necesitaban – sólo la exposición crítica de los Bolcheviques. Mientras estigmatizaramos a los Bolcheviques, eramos aplaudidos; tan pronto cómo decíamos que un régimen modificado era necesario para luchar con éxito contra Denikin… para eliminar la especulación y facilitar la victoria del proletariado internacional, nuestra audiencia se volvía fría e incluso hostil. No teníamos nuestras propias masas de proletariado e intelligentsia revolucionaria. Es decir, sólo teníamos sus diezmados ejecutivos. Los nuevos, elementos jóvenes, que se habían acercado a la política recientemente, son o bien irresistiblemente arrastrados al campo Comunista… – o a pesar de su origen proletario, al campo de la reacción, el cual rechaza, además de a los Bolcheviques, todo socialismo…”
Y ahí lo tenemos. Ya que lo que Martov concibe acerca del Menchevismo es igualmente aplicable a todo el conjunto de oponentes democráticos, anarquistas y socialistas de la revolución. Los consumidos por la guerra Bolcheviques no descalificaron ni excluyeron otros partidos socialistas; se descalificaron, aislaron y expulsaron a sí mismos. Se desgraciaron a sí mismos en la manera en que otros socialistas reformistas lo habían hecho recientemente y harán nuevamente en las secuelas de la post-guerra, al alinearse con las fuerzas del status quo bajo la consigna de mala fe de “defensa a la democracia”. Si esperaban juntar un torbellino obrero, encontraron, para su decepción y exasperación, tan sólo una audiencia para la contrarrevolución.
Pero cuando las exigencias de la guerra se disiparon, un partido Bolchevique endurecido por la batalla, amargado y resentido, no podría tolerar el retorno de golpistas armados de antaño al ámbito sovietico. Lenin, Trotsky, Radek, Bujarin y Kamenev escribieron justificaciones ad hoc, con un contenido impensable previo a la guerra civil, de un poder dictatorial sin restricciones esgrimido por el único y verdadero partido revolucionario. Sus escritos comenzaron a tergiversar y violar cada norma y tradición democrática que los había inspirado por tanto tiempo. Tardíamente, Lenin en su tiempo y Trotsky después comenzaron a repensar y retraerse de los límites del abismo. El espacio es demasiado limitado para detallar los recelos finales de Lenin o el pasaje de Trotsky desde su defensa del Nuevo Curso de un revivido partido democrático interno a su tardía cruzada por una democracia soviética multipartidaria. Alcanza con decir, en palabras de Shachtman:
“Gobierno de partido único, lo cual es algo anormal en todos los países y en todo momento, y que fue igual de normal y no excepcional en Rusia, comenzó a significar: Sólo un partido puede disfrutar de la existencia legal en el país. A esto, el stalinismo logró añadir: Sólo una facción puede disfrutar de la existencia legal en el partido. La extensión de completos derechos democráticos… a todos los partidos, sin excepción, habría fortalecido al país y revigorizado a los Soviets mismos. Debería ser claro a esta altura que sin la presencia de otras organizaciones políticas capaces de debatir libremente (debatir, no dispararse) las propuestas presentadas a los Soviets por el partido Bolchevique, los Soviets se habrían rápida e inevitablemente deteriorado a la posición de un duplicado supérfluo del partido dirigente, al principio sólo consultado por este último, luego ignorado por este, y finalmente descartado en su conjunto por el gobierno directo del partido únicamente (¡la burocracia del partido!) En este proceso, la decadencia de la democracia dentro del partido Bolchevique y la decadencia de la democracia soviética iban de la mano, cada una teniendo los mismos efectos perjudiciales sobre la otra hasta que ambas fueran completamente suprimidas, y junto con ellas, todos los logros de la revolución misma… La democracia proletaria no puede existir por mucho tiempo si se la confina a una facción o un partido, incluso aunque sea el partido revolucionario, que debe ser compartido de manera igualitaria por toda la clase trabajadora e incluso – bajo condiciones favorables – grupos y partidos burgueses, ya que sin ello ambos el partido proletario y la democracia proletaria mueren y con ellos mueren los prospectos de socialismo.”
Si defendemos el Bolchevismo – y debemos hacerlo – no podemos hacerlo cómo idólatras. Esa es la lección de la polémica de Shachtman. Hubo un contexto dinámico que condujo a los más grandes tácticos revolucionarios desde Espartaco a dirigir a los esclavos del capitalismo desde las profundidades de la matanza y la opresión a las alturas de un nuevo orden, un experimento de corta vida previo a la guerra civil entre los más libres y los más democráticos de la historia. Y hubo también un contexto reaccionario de traición desde dentro y desde fuera por los paladines del socialismo reformista que buscaban una reconciliación con el capitalismo en mejores términos. Al final, “los trabajadores rusos perdieron poder, porque los trabajadores de otros países fallaron en tomar el poder.” Es decir, la contrarrevolución stalinista debe ser explicada primero y principalmente por eventos socio-económicos.
Los Bolcheviques mismos – Lenin, Trotsky, Bujarin – no obstante “tomaron la delantera teórica”, en palabras de Hal Draper, “en destripar al socialismo de su enraizamiento orgánico en la masa popular” allanando el marco “jurídico” para la contrarrevolución de la clase dominante.
Fuente: https://www.workersliberty.org/story/2019-02-27/bolshevism-civil-war-and-after
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