POR UN SOCIALISMO ARGENTINO Y LATINOAMERICANO

POR UN SOCIALISMO ARGENTINO Y LATINOAMERICANO

(Documento aprobado por el Congreso Nacional del PSA el 20 de Junio de 1992)

La alianza histórica de 1946, generada por el peronismo, ha concluido en la Argentina. Una etapa política y social se cierra y otra se abre. El socialismo argentino tiene la responsabilidad de advertir la nueva realidad y actuar en consecuencia a fin de cumplir su destino como fuerza política revolucionaria.

La crisis, decía Antonio Gramsci, se produce en una sociedad cuando lo viejo no termina por morir y lo nuevo no acaba por nacer. En ese período de transición, la responsabilidad política, la moral revolucionaria, la actualización ideoligica, son las herramientas indispensables para repensar la realidad y poder establecer la estrategia como la táctica.

La guía histórica, para el socialismo argentino, es el pueblo y la clase trabajadora, ahora marginados por el modelo de trasnacionalización de la economica que impone el centro contra la periferia.

La mayor dificultad, para establecer la nueva táctica, es que falta todavía una nueva referencia del movimiento de los trabajadores. Hay algunos balbuceos, todavía en gérmenes, mientras la burocracia conciliadora y reformista se bate en una crisis terminal.

Unir, entonces, el socialismo argentino con las luchas populares, con las prácticas sociales de las clases populares, los sectores medios en crisis, los nuevos movimientos sociales, es tarea de la nueva construcción política.

Para esa construcción es necesario abandonar viejos clichés, antiguas modalidades de acción política, viejos esquemas superados por el devenir de la historia nacional y mundial.

Si han caído algunos modelos que ya eran anacrónicos, eso permitiría construir un nuevo movimiento revolucionario latinoamericano, que debería crear, innovar, como decía el venezolano Simón Rodríguez, para no estancarse y morir.

Lo sorprendente no es que se haya derrumbado el modelo stalinista y burocrático soviético. Lo sorprendente es que se haya mantenido en pie luego de que en 1927 fuera sepultada la democracia socialista y que se pudiera mantener casi siete décadas después. No se desconoce el formidable ejemplo de la industrialización soviética y la epopeya de la resistencia y victoria antifascista, decisiva para el mundo entero. Pero aquel modelo había recibido a fines de los años veinte un golpe de muerte al encumbrarse definitivamente el stalinismo.

Un camino revolucionario inédito

La crisis de los llamados socialismos reales y también del reformismo y de los movimientos populares del Tercer Mundo forma parte de una crisis más general, global, que incluye al modelo capitalista trasnacionalizado ya que éste no puede dar respuesta a las exigencias de un mejoramiento de la vida material, cultural y espiritual de las grandes masas, tanto de las naciones desarrolladas como en la periferia.

La socialdemocracia, es decir, el socialismo occidental, incluido el ex Partido Comunista Italiano y las fuerzas que tienen cobijo en la Internacional Socialista, nunca pudieron resolver el problema del poder político. Plantearon reformas pero no un nuevo modelo de sociedad articulado sobre un poder político de nuevo tipo.

Sin embargo, los socialistas occidentales, en diversas variantes, lograron y ampliaron a lo largo del siglo, espacios democráticos y pluralistas que aventaron las fórmulas autoritarias y permitieron el surgimiento y consolidación de grandes fuerzas sindicales y otras expresiones socioculturales progresistas.

No cabe duda que la «ost politik» alentó la pacificación mundial entre los bloques y al amparo de las ideas socialistas y libertarias surgieron muchos de los «movimientos alternativos» que no están contenidos en los partidos ni en los gremios obreros.

Por el contrario, el comunismo, que alumbró la Revolución de Octubre de 1917, resolvió la cuestión del poder político y estableció un nuevo Estado, basado en formas económicas colectivistas y solidarias. Resulta innecesario analizar como hubiera sido la revolución comunista en caso de triunfar en Alemania y no en Rusia de los zares. Ello no ocurrió y punto. Los socialismos reales se dieron como instancia de la historia y como las relaciones y condiciones de producción lo permitieron.

Pero si el comunismo resolvió la cuestión del poder -dentro de la clásica concepción leninista descripta en Estado y Revolución- no pudo generar una alternativa viable de democracia real, como aquella que había imaginado Marx en sus referencias políticas sobre la Comuna de París de 1871. Esta ruptura entre el socialismo y la democracia, produjo la parálisis del reformismo, y finalmente, la arteriosclerosis del comunismo en sus diversas expresiones.

Como aquella conciencia desdichada de la que hablaba Hegel, el comunismo se desgarró a sí mismo para prevalecer hasta que las contradicciones hicieron eclosión con la crisis del Este.

La izquierda tradicional -comunista y socialdemócrata- está en crisis. La respuesta de la socialdemocracia en América latina ha naufragado y está desacreditada. Jaime Paz Zamora, Carlos Andrés Pérez, Rodrigo Borja, Michael Manley, Raúl Alfonsín, patentizan el (fracaso de esas propuestas. Pero esa crisis es parte de la del populismo latinoamericano, también en una debacle ideológica y política, como son los casos de Alan García y el del trasbordo hacia la derecha conservadora, de Carlos Menen.

Sin embargo, el proceso revolucionario continental no se detiene y en las entrañas de la sociedad latinoamericana crece el ímpetu por lograr una respuesta humanista, de libertad, justicia social y auténtico cambio político y social.

En México. el cardenismo; el PT en Brasil; en Centroamérica nuevas organizaciones populares y democráticas emergidas de la insurgencia: el sandinismo nicaragüense: el Frente Amplio del Uruguay: el reagrupamiento de la izquierda en Chile, y principalmente en toda el área, la Teología de la Liberación.

El dirigente revolucionario salvadoreño Shafik Jorge Handal se refirió recientemente a la situación de la izquierda latinoamericana expresando. «Hay quienes, sacudidos por los acontecimientos mundiales, han llegado a afirmar con una seguridad impresionante que ya no habría revolución. Que la revolución como cambio social ha terminado. Nos llena de orgullo ser los primeros en plantar la bandera de la revolución que ha iniciado su historia en medio de este panorama para algunos angustioso y desalentado’.

«Se trata eso sí -enfatizaba el dirigente salvadoreño-, de una revolución que llega a su meta bajo formas que deben recoger la situación en que ella se desarrolla. No hay ahora un día en el que la revolución derrocó al viejo poder e instauró su poder. El problema del poder en nuestra revolución ha empezado a resolverse en este período que se ha iniciado, en esta etapa que se ha iniciado» (Discurso de Shafik Jorge Handal, Acto de solidaridad, 17 de enero de 1992).

El camino que se abre en el proceso de transformación de la Argentina y de América Latina, es inédito. Se han perdido brújulas que con el tiempo habían caído en desuso. Pero como ya no hay modelos hegemónicos que muchas veces paralizaron las energías creadoras e innovadoras, es posible la creación. Porque en definitiva, izquierda es nada más y nada menos que eso, creación política y a la vez cultural.

Simón Rodríguez, aquel socialista utópico venezolano que fue maestro de Bolívar, había acuñado una expresión que hoy adquiere importancia sustancial: «Inventamos o erramos». De eso se trata. Crear para la Argentina y para América latina un nuevo modelo de socialismo que, rescatando las viejas tradiciones humanistas se actualice junto y desde los trabajadores, los marginados, los oprimidos, las clases medias pauperizadas por la crisis, los técnicos, intelectuales y las expresiones de los nuevos movimientos sociales.

Crisis del populismo, crisis de la socialdemocracia

Es a todas luces claro que el modelo socialdemócrata de trasplante, basado en el socialismo mediterráneo, en nuestro continente ha entrado en crisis. A mitad de camino entre el capitalismo trasnacionalizado y el llamado «estado de bienestar social», ese modelo no ofrece alternativas reales de mejoramiento para las clases populares y concluye pactando con los poderes trasnacionales en desmedro de la independencia nacional latinoamericana, la justicia social, la libertad cultural y la soberanía política.

También ha concluido la etapa del populismo hegemonizada por el nacionalismo burgués y pequeño burgués, agotado en lo político pero también por la desaparición y capitulación de sus actores sociales.

En la Argentina, la alianza histórica de 1946, generada por el peronismo, está concluida. Esta no es una verdad a priori ni un intento de reduccionisrno ideolígico Surge de los datos incontrastables de la realidad socio-política y económica. En nuestro país no existe la burguesía nacional que había comenzado a replegarse en la época de Gelbard y ahora se reduce a pequeñas parcelas de la realidad económica sin poder alguno e impotente ante los cambios tecnológicos y la reconversión capitalista trasnacionalizada. Los movimientos burgueses nacionales perdieron el papel rector, fundamentalmente, porque no están dispuestos a desarrollar un proyecto autónomo. Se integran en su mayoría al capitalismo trasnacionalizado y no les interesa el mercado interno. Cuando llegan al gobierno se alinean con las clases dominantes.

La cúpula sindical es funcional al modelo menemista. La antigua modalidad sindical reformista-burocrática también está agotada y su impotencia puede simbolizarse en el fracaso estratégico del ubaldinismo social y el final casi grotesco de la burocracia sindical- Sin respuestas para un mundo nuevo, aferrados a modalidades que no se referencian con la realidad, desconocedores del significado de la revolución científico-técnica y, sin ninguna conciencia revolucionaria y espíritu de sacrificio, son como fantasmas de un pasado sin retorno.

En nuestro país ya no existen militares industrialistas y está cuestionada la vigencia ideológica de la llamada ‘Tercera posición» que en su momento constituyó un importante jalón ante las superpotencias del mundo bipolar surgido en Yalta. Ese mundo ya no existe y la «tercera posición’ como fue expuesta originalmente no tiene respuestas ante el nuevo mundo multipolar, el hegemonismo norteamericano en situación crítica, el surgimiento de Japón -como primera potencia a escala planetaria y su mercado común asiático-, la realidad de una Europa unificada pero en donde Alemania manifiesta intenciones de liderazgo, la crisis balcánica, el resurgimiento de la xenofobia, el neofascismo, el fenómeno irracionalista de fundamentalismos varios, la crisis ecológica mundial -que está poniendo a la vista el modelo irracional e inhumano del capitalismo en su actual etapa-, el resurgimiento de los nacionalismos revolucionarios en la periferia, los fenómenos populares de la revolución islámica, de la negritud africana, del populismo budista japonés y de la Teología de la Liberación en nuestro continente.

El populismo latinoamericano navega en un mar encrespado por oleajes y sin brújula. Su adhesión al capitalismo trasnacionalizado es tardía y en la Argentina carece de posibilidades de concreción a la manera «mexicana». La Argentina, es la Australia «que no fue’ según los socialistas de principios de siglo, está afuera de los esquemas mundiales y a pesar de la genuflexión de su clase dirigente, es rechazada por los centros, porque en la contradicción Norte-Sur, la Argentina no forma ni formará parte del Norte.

En nuestro país, por las actuales condiciones políticas y equilibrio de fuerzas, es imposible sin una reforma de fondo, tomar parte de la renta agraria para reinvertirla en la industrialización y la transformación Científico-técnica

Sin militares industrialistas, agotada la experiencia del sindicalismo reformista-burocrático, con una burguesía nacional inexistente, el modelo populista tradicional, surgido en 1946, está muerto.

La inteligencia, la capacidad de trabajo político, las prácticas sociales nuevas, permitirán revertir el esquema populista tradicional. Los oprimidos -la clase trabajadora y demás capas sociales populares- deben constituirse en la cabeza del proceso de cambio en tanto que los restos de la burguesía nacional, los sectores medios pauperizados, deberán acompañar ese nuevo proceso político que es urgente y necesario abrir y desarrollar.

El socialismo argentino y latinoamericano debe ocupar su puesto de lucha en este proceso y Contribuir a su despliegue y articulación política, social, cultural e ideológica.

En el camino de José Carlos Mariátegui

El Partido Socialista Auténtico considera que en lo estratégico, para salir del estancamiento y de la crisis que dejará el proyecto menemista con su economía segmentaria que arroja a la mayoría de la población a la pobreza y al marginamiento, debe seguir el camino del socialismo latinoamericano con sus componentes de la reflexión y la práctica mariateguista, tomando los aspectos revolucionarios y creadores del peronismo y, sin abandonar el criterio laicista y secularizador, la reflexión sobre América Latina de la Teología de la Liberación.

Pero si está agotado el esquema político del populismo pequeño-burgués, la síntesis superadora la constituye en el marco del renacimiento del nacionalismo continental, el socialismo concebido desde una óptica latinoamericana.

El mundo-uno proclamado por los voceros del imperialismo ha dejado paso al surgimiento de los nacionalismos, de los continentalismos, y a una lucha despiadada interimperialista, principalmente protagonizada por el enfrentamiento norteamericano japonés, que no deja de ser alarmante para la paz mundial.

«El socialismo no es, en ningún país del mundo, un movimiento antinacional. Puede parecerlo, tal vez, en los imperios. En Inglaterra, en Francia, en Estados Unidos, los revolucionarios denuncian y combaten el imperialismo de sus propios pueblos. Pero la función de la idea socialista cambia en 1os pueblos política y económicamente Coloniales. En esos pueblos, el socialismo adquiere sin renegar absolutamente de ninguno de sus principios, una actitud nacionalista . . . las reivindicaciones de independencia reciben su impulso y su energía de la masa popular» (Peruanicemos al Perú, Lima)

Así explicaba con acierto José Carlos Mariátegui la particular situación de las naciones coloniales y semicoloniales de la periferia, particularmente la de América Latina. La Clave mariateguista está precisamente, en la identificación y conjunción, tarea también realizada por Antonio Gramsci- de lo nacional con lo popular, a tal punto que «nacional» y «nacional-popular» terminan siendo sinónimos (a diferencia de lo que acontece con los nacionalismos oligárquicos y burgueses), pues la realización de lo nacional, en la historia, significa integración -y emancipación, en tanto agente de la misma- del pueblo-nación.

Pero esta concepción del socialismo argentino y latinoamericano, no se concibe como un nacionalismo excluyente o aislacionista. Lo nacional es mucho más que una forma política ligada al Estado en el modo de producción capitalista Y su conformación no está, por lo tanto, amarrada al desarrollo de las fuerzas productivas, tal como lo creyeron los teóricos marxistas eurocentristas de fines y principios de siglo. Aparecería más como una etapa en el desarrollo histórico, que tiene que ver tanto con el desarrollo de las fuerzas productivas como con el proceso de socialización (es decir, no sólo la relación «hombre-naturaleza» sino también y fundamentalmente, la relación «hombre-hombre’) y con su producto, la comunidad cultural. Por eso el socialismo argentino y latinoamericano sólo puede cumplir con sus objetivos en el contexto latinoamericano, en el marco del proceso de transformación y revolución Continental.

El populismo, guiado por la burguesía nacional, no pudo cumplir estos objetivos ni las tareas políticas indispensables. Las clases oprimidas deben asumir la conducción de este nuevo proceso que se abre y que es necesario recorrer para superar el marginamiento, la injusticia, la desigualdad y todo tipo de opresión.

Los próceres de la Primera Independencia habían advertido que el destino de nuestras naciones no dejaban paso a los marcos estrechos y exclusivistas de los nacionalismos oligárquicos y burgueses, sino reclamaban por la unidad latinoamericana como condición del progreso, desarrollo independiente, liberación humana y social, de nuestros países.

Socialismo, hegemonía y Nación

Corresponde precisar la cuestión nacional latinoamericano vista desde el socialismo. El «universalismo» presente en el viejo intemacionalismo proletario fue tributario del pensamiento universalista del iluminismo aunque de signo invertido eran los proletarios y no los burgueses quienes realizarían la comunidad universal.

En función de ello, clase y nación aparecían como contradictorios, porque lo nacional era visualizarlo como un obstáculo (o en el mejor de los casos, como un «dato» de la realidad, a tener en cuenta para 1a propaganda política y sindical) para la construcción del socialismo a escala universal.

Gramsci fue quien por primera vez (aun cuando Marx y Engels habían previsto la situación al analizar la cuestión irlandesa) integró lo nacional y social. El sujeto de lo nacional como «la mayoría de los nacidos», es decir, el pueblo. Lo nacional no como el mero instrumento de dominación de una clase, sino como el resultado de una construcción hegemónica, en la que el papel de la ideología y de la cultura (así como el de los intelectuales, en tanto «agentes de hegemonía») es crucial y fundamental.

Mariátegui, por su parte, y desde su perspectiva indoamericana. arribó a conclusiones similares: «Se puede decir que Perú -decía- es todavía un concepto por crear. Mas ya sabemos, definitivamente, en cuanto al Perú, que este concepto no se creará sin el indio. Y destacaba la labor realizada «no por los tradicionalistas sino por los revolucionarios», que han reivindicado la tradición nacional no como un utópico ideal de restauración romántica, sino como una reintegración espiritual de la historia y la patria peruana» («Peruanicemos al Perú’).

Sólo Otto Bauer, en la vieja Segunda Internacional, se había acercado a esta visión comprensiva de lo nacional, aunque con un énfasis «culturalista» (la idea de la «autonomía nacional-cultural») que lo hizo descuidar la dimensión política, rescatada por Gramsci a partir del concepto de hegemonía.

El socialismo argentino y latinoamericano debe dar respuesta a uno de los desafíos más importantes para el continente de cara al siglo XXI. Desde la realidad imperialista, cada día más internacionalizada y defendida por los sectores dominantes, a sangre y fuego e incluso por algunos sectores de las capas medias ganadas por la socialdemocracia de trasplante, surge un interrogante: ¿Si es viable una nación, en América Latina, sin apelar al arbitrio de la integración? Es necesario pensar que una nación es una comunidad cultural, pero a partir de una estructura productiva que la posibilite. La monoproducción latinoamericana, herencia imperialista, limita nuestras posibilidades. La revolución científico-técnica posibilita ahora cambios sustanciales no sólo para las naciones centrales sino también para las periféricas.

En América Latina, la cuestión nacional latinoamericana es anticapitalista; pero no va a ser posible resolverla si no se plantea en el marco de la conformación de la «nación de repúblicas» de la que hablara Bolívar. Por eso, urge comenzar a recorrer esta etapa.

Alternativa de poder

La experiencia de la lucha revolucionaria en América, los aciertos y errores, los avances y retrocesos, permiten ahora establecer cuáles son algunos de los parámetros de la práctica transformadora.

Los partidos-monoclasistas han cedido a la concepción de los movimientos de amplia base pero de firme articulación política e ideológica. El sujeto revolucionario surge del concepto de oprimido antes que del dilema burguesía-proletariado tributario de las ideas del siglo XIX.

A diferencia del populismo nacional-burgués, la construcción revolucionaria del nuevo movimientismo, exige que la dirección de la lucha la ejerzan los trabajadores y los estratos populares, es decir, los oprimidos en su lucha contra los opresores extranjeros o vernáculos.

En ese nuevo movimientismo deben jugar un rol importante los llamados nuevos movimientos sociales (marginados, movimientos de derechos humanos y ecológicos. de jóvenes y mujeres, feministas, cooperativistas, de autogestión. de religiosidad popular, de trabajadores del campo, informales, entre muchos otros).

Los nuevos movimientos sociales deben nutrir al nuevo movimiento popular, junto a los sindicatos históricos, que deben renovar su plataforma, adecuándola a los nuevos tiempos.

En esta construcción cumplen un papel importante los antiguos partidos de izquierda, las corrientes progresistas y transformadoras, el nacionalismo popular antiimperialista y la Teología de la Liberación, entre otras expresiones del campo popular.

En el caso de la Argentina, el Partido Socialista Auténtico considera indispensable generar un amplio espacio político que reúna a las fuerzas y partidos populares y de izquierda. No se trata de recrear la vieja izquierda dogmática o el stalinismo; tampoco la socialdemocracia de trasplante eurocentrista, o el populismo ya decadente y sin perspectivas.

Se intenta generar un espacio político que trate de constituirse como una alternativa de poder al proyecto neoconservador. En ese sentido, reafirmamos los principios del socialismo humanista que nos viene de la Declaración de Principios del Partido Socialista de 1896. Rescatamos las luchas de la Independencia y el legado, todavía incumplido, de la Patria Grande continental, soñado por San Martín y Bolívar, las prácticas revolucionarias del federalismo popular y democrático que con Artigas señaló el camino de la unidad y la liberación. Hacemos nuestras las luchas del movimiento obrero y popular, en el Centenario, en la Semana de Enero de 1919, en la Patagonia Rebelde de 1921; las luchas revolucionarias por el sufragio universal, la Reforma Universitaria de 1918 y la democratización de la cultura, el surgimiento y desarrollo de las organizaciones sindicales, cooperativas, las universidades populares generadas por el socialismo y el anarquismo: el 17 de Octubre de 1945, los programas obreros de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962), el Programa del 1� de Mayo de 1968 de la CGT de los Argentinos, las luchas de resistencia contra las dictaduras militares.

No creemos que «el marxismo sea la estatua de Marx», como acertadamente expresó Ernesto Giudici. Reivindicamos la herencia del socialismo argentino en las figuras de Alfredo L. Palacios, Manuel Ugarte, Alicia Moreau de Justo, Joaquín Coca, Mario Bravo, Julio V. González, Gregorio Selser, Pablo Lejarraga y desde otra vertiente revolucionaria, a John William Cooke, Gustavo Rearte y Juan José Hernández Arregui. Desde esa síntesis creadora, afirmamos que el socialismo argentino y latinoamericano es el método, el camino y la esperanza. Por él y con el pueblo argentino, el Partido Socialista Auténtico se alista para vivir el mundo nuevo donde el «reino de la necesidad» se convierta en el «reino de la libertad»

«Al nacionalismo espurio de la oligarquía opongamos el nacionalismo obrero, para el cual la nación son los hombres que trabajan en el país. Juan B. Justo – 1911.

«El socialismo conduce al pueblo obrero a la conquista del poder político, como condición esencial de su emancipación económica, a apoderarse de la fuerza del Estado para moderar la explotación capitalista hasta abolirla por completo» Juan 8. Justo – 1902.

«La política obrera es la coerción para la liberad. Se vale transitoria y excepcionalmente de la fuerza para abolir las formas inveteradas de la coerción». Juan B. Justo – Teoría y Práctica de la Historia – 1909

EL NUEVO MODELO SOCIALISTA

Los teóricos fundamentales del Socialismo Científico creyeron que el socialismo iba a desarrollarse primero en los países con mayor poderío industrial (Inglaterra, Alemania, Estados Unidos) para extenderse a la totalidad del planeta.

La predicción no era antojadiza puesto que en esas naciones existían elementos materiales (elevada producción, concentración de la propiedad) y los actores sociales (movimiento obrero) que podían actuar como motores de la transformación de la sociedad.

Cierto es que Engels en el prólogo a la edición rusa del Manifiesto Comunista contempla la posibilidad de que sea Rusia el primer país socialista, pero sólo le asignaba trascendencia «si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente».

El desarrollo imperialista de las potencias occidentales trasladó gran parte de los conflictos sociales hacia los capitalismos periféricos donde las clases empresarias son más débiles. La concepción leninista interpretó esta etapa del desarrollo económico sosteniendo que «la cadena se corta por el eslabón más débil».

La Revolución Rusa, los trascendentes procesos de la posguerra en China y el sudeste asiático; las luchas por la liberación en el África; la Revolución Cubana; las experiencias del socialismo en América latina; el triunfo del sandinismo en Nicaragua, confirmaban en la práctica este avance del socialismo sobre los eslabones más débiles de la cadena de dominación capitalista.

Pero al mismo tiempo que en esos países se daban algunas condiciones favorables para la realización del socialismo (grandes conflictos sociales: menor poder de las clases empresarias) en otros aspectos como el desarrollo económico, social y político, las condiciones eran enormemente desfavorables.

En muchos casos el socialismo debió asumir, en un mismo proceso, la industrialización del país, la satisfacción de carencias elementales (alimentación, vestimenta, salud, vivienda) y la defensa frente a las fuerzas militares más poderosas de la tierra.

La consolidación y desarrollo del modelo stalinista en la URSS no puede considerarse independiente de la realidad económica, política y social en que se desarrolló el socialismo en ese conjunto de países. Desgraciadamente fue trasplantado como modelo hegemónico a prácticamente todas las experiencias del socialismo real. Su rigidez económica y política le impidió asimilar los cambios poniendo en grave riesgo la propiedad social de los medios de producción frente al advenimiento de la crisis.

Cierto es que el capitalismo, aún en los países centrales, vive una profunda crisis que se manifiesta en la marginalidad creciente, la destrucción del medio ambiente, el renacer del fascismo, entre otras calamidades. Sus propuestas hacia el capitalismo periférico no pasa más allá del saqueo, la apropiación de los recursos no renovables y la conformación de sociedades fragmentadas donde una minoría vive en el primer mundo y la mayoría en el cuarto. La restauración capitalista en Europa oriental sólo ha traído como consecuencia la caída vertical de la producción, la desocupación, la miseria y la pérdida de importantes conquistas sociales. Si el capitalismo, pese a sus contradicciones, se mantiene como modelo dominante, es pura y exclusivamente por la ausencia de un socialismo real que reúna en un mismo modelo el desarrollo económico, la justicia social, la armonía con el medio ambiente y la libertad.

Las experiencias realizadas a lo largo de la historia nos permiten sacar algunas conclusiones de importancia para el futuro del socialismo.

El socialismo no puede construirse sobre la base de una relación de propiedad lejana y abstracta entre los trabajadores y los medios de producción. En el socialismo los trabajadores son los dueños de los medios de producción y esa propiedad debe ejercerse en forma plena y efectiva preferentemente a través de formas cooperativas. De haber existido esta relación directa en los países del Este europeo, jamás hubiera avanzado la restauración capitalista.

La propiedad socialista no es incompatible con la existencia de un mercado de bienes y servicios. En el socialismo debe quedar perfectamente determinado que áreas se mantienen bajo economía dirigida y cuáles bajo economía de mercado. Solo algunas áreas esenciales pueden desarrollarse al margen del mercado.

El pluralismo político constituye una conquista esencial de toda sociedad avanzada; su supresión impide la superación de las ideas y acumula conflictos que luego se tornan incontrolables.

La vieja definición socialista de las clases sociales (burgueses y proletarios) no responde a la realidad del mundo moderno caracterizado por la disminución del trabajo industrial y la diversidad de capas sociales en el campo laboral. Paralelamente enriquecen al socialismo nuevas corrientes ideológicas y movimientos sociales (feministas, ecologistas, de religiosidad popular, de derechos humanos, de defensa de la niñez, entre otros) que comparten los ideales de justicia social, independencia nacional y libertad. Esta diversidad y aporte de ideas suman al rol esencial que corresponde a los trabajadores en la construcción del socialismo.

Tras el derrumbe del posestalinismo, algunas corrientes socialistas y socialdemócratas han abandonado, ya definitivamente, la idea de constituir una sociedad libre de la explotación del trabajo asalariado. Como socialistas argentinos, a casi un siglo de nuestra fundación reafirmamos nuestra convicción de que no existe socialismo sin propiedad social de los medios de producción. Pueden debatirse las formas, pero no la esencia del socialismo. El socialismo no es «el capitalismo sin sus defectos». Sino una nueva forma de vida, una nueva sociedad justa y libre. El socialismo, como expresara Juan B. Justo, es «la lucha en defensa y para la elevación del pueblo trabajador que, guiado por la ciencia, tiende a realizar una libre e inteligente sociedad humana basada en la propiedad colectiva de los medios de producción’. El fin del socialismo es la emancipación del hombre y de la mujer y la emancipación de ellos es lo mismo que su autorrealización en el proceso de la relación y la unidad productiva con el hombre, la mujer y la naturaleza.

Frente a la irracionalidad individualista de la economía del lucro de la sociedad de consumo y la consecuente degradación del medio ambiente, el socialismo plantea la economía de la solidaridad, la prioridad de la planificación y el uso del poder del Estado para lograr el equilibrio ecológico y la justa distribución de la riqueza.

Partido Socialista Auténtico – Congreso Nacional – 20 de junio de 1992

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio