Rosenberg leído por Polanyi: traducción inédita y anotaciones

Traducción por Lucía Abelleira Castro

Archivo tomado de la revista digital Sociedad Futura www.sociedadfutura.com.ar (caída)

Presentamos un curioso texto encontrado en la biblioteca personal de Karl Polanyi (http://kpolanyi.scoolaid.net:8080/xmlui). El artículo es una colaboración de Rosenberg para la Enciclopedia de Ciencias Sociales 1930-1935, editada en Nueva York. Lo curioso y estimulante para el lector es el subrayado del eminente economista polaco del cual se conocía su afinidad al socialismo aunque no su vinculación con Rosenberg. Una lectura interesante para los especialistas y para los lectores en general.
A juzgar por la fecha de publicación original del texto y por sus contenidos, vemos que Rosenberg ya se encontraba muy cercano a las posiciones que años más tarde desarrollaría en profundidad en su famoso “Democracia y Socialismo”. Es posible ver posiciones muy maduras acerca de las virtudes y problemas de la II Internacional y sus principales partidos; los aciertos y errores del sistema de partidos comunistas posterior a la Revolución rusa, entre muchos otros temas. Cabe resaltar la mención que hace Rosenberg al Partido Socialista de Argentina y una breve referencia a la situación política latinoamericana, en la que desliza la posibilidad de que líderes militares y políticos no-socialistas encarnen el ideal socialista para nuestra región.

Como advertencia preeliminar, queremos señalarles que todos los subrayados y corchetes son las marcas realizadas por Polanyi. Es posible identificar un lector minucioso del texto que, en tanto antesala de “Democracia y Socialismo”, todavía constituía una lectura muy novedosa de la historia del socialismo por parte de un dirigente que hasta hacía apenas unos años formaba parte de la dirección del KPD.

Partidos Socialistas.

El origen de los partidos socialistas puede ser rastreado hasta el surgimiento del proletariado industrial, así como el más remoto linaje de los partidos liberales y conservadores europeos se remonta a estados medievales. La peculiar ideología adquirida por cada uno de los viejos partidos se asemeja con la posición que el Marxismo ha tomado desde el Siglo XIX en la política de clases de los trabajadores industriales. Si el marxismo fuera interpretado, en este contexto, como un intento de reemplazar el sistema capitalista al socializar los medios de producción, los partidos socialistas deberían ser definidos como esos partidos políticos de los trabajadores industriales que luchan por hacer realidad la transformación de la política predominante y del sistema económico de acuerdo a las enseñanzas de Karl Marx. Los partidos formados después de 1914 como el resultado de secesiones de los viejos partidos socialistas y ahora reunidos en la Internacional Comunista, fueron tratados en otro sitio (véase PARTIDOS COMUNISTAS), como lo fueron los partidos laboristas (q.v) de los países anglosajones. Mientras que los últimos nunca se suscribieron formalmente a doctrinas marxistas, desde el comienzo han tenido significativas relaciones con los partidos socialistas declaradamente marxistas y desde la Guerra Mundial, el laborismo británico ha evolucionado hasta convertirse en el líder de los partidos socialistas del mundo.

Como resultado del lento ritmo de su desarrollo industrial, los países continentales, donde los partidos socialistas se originaron y alcanzaron un gran éxito, fallaron hasta 1848 en producir un movimiento de trabajadores remotamente comparable con el de Inglaterra. En la forma del Cartismo, el primer partido de los trabajadores genuino apareció en Inglaterra antes de la publicación de las doctrinas fundamentales del socialismo científico. En su llegada a Inglaterra, Marx y Engels, dándose cuenta de la importancia del Movimiento Cartista, trataron de establecer conexiones con sus líderes y estaban dispuestos a convertirlos en un partido marxista, hasta que su decadencia en la década de 1850 echó por tierra sus esperanzas.

Durante el período en el que el Cartismo se hallaba en su punto máximo, los únicos partidos continentales que se mantuvieron a la izquierda de los liberales eran una amalgama de grupos que representaban a los más pobres y radicales sectores de la población en general –pequeños burgueses, campesinos e intelectuales como así también trabajadores; fueron tales movimientos democráticos los que constituyeron la fuerza detrás de las revoluciones de 1848-49 en Alemania, Francia y en otros sitios. En 1847, sin embargo, la Liga Comunista había sido fundada bajo el liderazgo de Marx y Engels. Marx y Engels tenían la intención de que esa Liga se uniera a las luchas revolucionarias como el ala izquierda de los movimientos democráticos y que luego de la victoriosa consumación de ese primer estadío lleve a la revolución más allá de sus límites burgueses. Pero incluso en Alemania, donde la mayoría de sus seguidores fueron reclutados, la Liga Comunista nunca se convirtió en un partido político real. Débil tanto en número como en técnica y voluntad necesarias para una campaña efectiva, era incapaz de ejercer una influencia independiente en las masas y finalmente colapsó en 1852.

El primer marxista en ganar un par de miles de trabajadores del liberalismo burgués y atraerlos a una permanente y bien tejida organización llevando a cabo una campaña abierta y de alto alcance a nivel nacional fue Ferdinand Lasalle. En 1863, Lasalle fundó en Alemania el primer partido socialista obrero real, el Allgemeiner deutscher Arbeiterverein. Su organización, sobreviviendo su muerte en 1864, se iba a convertir en la base del Partido Socialdemócrata alemán y el modelo a seguir de todos los demás partidos socialistas. A la par del Allgemeiner deutscher Arbeiterverein surgió un segundo y más pequeño partido socialista, creado por August Bebel y Wilhelm Liebknecht, y formalmente lanzado en 1860 en Eisenach como el Socialdemokratische Arbeiterpartei. La designación socialdemócrata también fue usada por el partido de Lasalle: a partir de ese término, que en un período anterior había sido aplicado a todos los partidos con interés por los problemas sociales, o socialistas, que habían sido previamente un nombre genérico para los reformistas sociales, fue generalmente asumido por grupos marxistas, mientras que comunista, término usado en 1848, cayó en desuso. Entre los dos partidos socialistas obreros alemanes existía una importante diferencia. El grupo fundado por Liebknecht y Bebel era fuertemente anti prusiano y gross deutsch, mientras que los seguidores de Lasalle aceptaban como inevitable la unificación de Alemania bajo el liderazgo prusiano. Marx y Engels, acusando a los lasalleanos de una excesiva sumisión en su actitud frente al gobierno prusiano, se volvieron extremadamente distantes de ellos, hasta que finalmente se formó una grieta. Resulta curiosamente irónico que el primer partido socialista real fuera desdeñado por Marx.

La Primera Internacional, establecida en 1864 bajo la dirección de Marx y que dominó el movimiento obrero internacional durante la década siguiente, apenas puede ser considerada un consorcio de partidos socialistas. Su núcleo básico consistía en sindicatos ingleses, que luego del declive del Cartismo empezaron a desarrollar interés en cuestiones políticas. Además, incluía algunos grupos obreros de las naciones latinas, América, Suiza y otros países; estos estaban más o menos vagamente organizados y variaban enormemente en ideología e inclinación. Los únicos partidos obreros genuinos en la Internacional eran los partidos alemanes y de esos, el grupo lasalleano rápidamente se retiró. En Francia no existió ningún partido socialista u obrero incluso en los tiempos del gran levantamiento de los obreros parisinos que culminó en la Comuna de 1871, mientras que la desastrosa derrota de la Comuna evitó el surgimiento de una organización socialista o revolucionaria de trabajadores franceses en los años posteriores. Luego de que los sindicatos ingleses abandonaran la política activa, la Internacional se desintegró como resultado de su defectuosa estructura.

En 1875 en Gotha, los dos partidos alemanes se fusionaron como el Sozialistische  Arbeiterpartei Deutschlands, nombre que rápidamente cambió a Socialdemokratische Partei Deutschlands. Con el nuevo frente unido la Socialdemocracia alemana entró en un período de constante expansión numérica. Incluso las leyes promulgadas por Bismarck en 1878 en contra del movimiento obrero supusieron un retroceso temporario. Durante la década de 1880, los partidos marxistas y grupos surgieron también en Francia, Italia, Austria, Escandinavia, Holanda y Bélgica. En 1889, todos estos partidos socialistas se unieron en la Segunda Internacional, que duró hasta 1914.

Durante esta era, los partidos socialistas triunfaron en captar a la mayoría de los trabajadores industriales en [Alemania, Francia, Italia, Austria-Hungría, Suiza, Holanda, Bélgica y en los Países Escandinavos, en los Balcanes y, a pesar de las enormes dificultades, en Rusia]. En Inglaterra, por otro lado, a pesar de los numerosos intentos por fundar partidos socialistas según el modelo de los partidos continentales, un partido socialista de masas no logró  desarrollarse antes de 1914. Los sindicatos ingleses crecieron en importancia pero se confinaron casi exclusivamente a sus funciones económicas. La mayoría de los trabajadores ingleses continuaron votando por los liberales o incluso por los conservadores y no reconocían la necesidad de un partido socialista obrero. Incluso el Partido Laborista, que apareció en la Casa de los Comunes en 1906, no era nada más que un apéndice del gran Partido Liberal y en los años que precedieron al estallido de la Guerra Mundial, tuvo sólo 30 o 40 representantes en el Parlamento inglés de un total de 670 miembros. También en los Estados Unidos, a pesar de que el actual Partido Socialista se fundó en 1901, la abrumadora mayoría de los trabajadores continuó depositando sus boletas por los dos grandes partidos burgueses. Tampoco la Segunda Internacional adquirió influencia significativa alguna en Asia, África o Sudamérica. El fuerte Partido Laborista de Australia, el cual consiguió poder político incluso antes de la Guerra Mundial, siguió su propio camino. Así, a todos los efectos, los partidos socialistas de la Segunda Internacional fueron confinados a la Europa continental.

Por lejos, el partido  más grande y mejor organizado de la Segunda Internacional fue el de Alemania, especialmente después de que las leyes que restringían la actividad socialista en aquel país fueran revocadas en 1890. Con el estallido de la Guerra Mundial, el Reichstag alemán incluía 110 diputados socialdemócratas de un total de 397 miembros. Debido a sus actividades revolucionarias y teóricas los rusos también ocuparon una posición de gran importancia en la Internacional, mientras que los anglosajones y los latinos tuvieron un rol subalterno. Los destacados teóricos de los partidos socialistas eran el aleman Karl Kautsky y el ruso Plekhanov. El indiscutido líder político de la Internacional, luego de la muerte de Friederich Engels, fue August Bebel, el líder de los socialistas alemanes.

Todos los partidos de la Segunda Internacional se enfrentaban a un dilema básico. Debiéndole su existencia al crecimiento del capitalismo industrial y a la rápida expansión del ejército proletario industrial, los partidos eran por un lado los representantes políticos de los intereses de la clase trabajadora. Pero el haber aceptado como base ideológica el marxismo revolucionario de 1848, fue también declarado su objetivo de obtener el poder político mediante medios revolucionarios y de abolir la propiedad privada de los medios de producción.

Durante el período de 1889 y 1914, tanto en Estados Unidos como en todas las naciones europeas excepto Rusia, la posición de los gobiernos consolidados y del orden social existente parecía demasiado invulnerable como para ofrecer alguna oportunidad seria a la revolución. Los partidos socialistas eran una minoría en todos lados y fuera de Rusia no existían grupos burgueses revolucionarios con los que articular para derrocar al gobierno. De ahí que ninguno de ellos excepto por los rusos llevaran a cabo un verdadero trabajo preparatorio para la revolución, ni tampoco siquiera visualizaran una revolución socialista con algún nivel de claridad. Si hubiesen sido simplemente partidos profesionales de la clase trabajadora, su tarea de formular una rutina política práctica y un programa habría sido relativamente simple. Hubieran tomado naturalmente la misma actitud frente al Estado, la Nación, el Ejército y la política internacional como lo haría, por ejemplo, un partido de campesinos; ellos simplemente hubiesen representado el interés de los trabajadores en el marco del orden político existente y a través de los medios legales. Semejante política deberían, quizás, haberla llevado a cabo con resolución y claridad, si no hubiera sido por las complicaciones derivadas de su lealtad al marxismo. Sin embargo, se aferraron tenazmente a la teoría marxista, a pesar de la imposibilidad de realizarla en la práctica, porque esta teoría les aportaba la fuerza ideológica que los distinguía de los partidos burgueses y le daba el élan a la organización socialista.

Era natural que el marxismo mismo debía someterse a ciertas modificaciones en el transcurso de estos desarrollos. Lo que los partidos socialistas de la Segunda Internacional tomaron no fueron las empíricas y realistas doctrinas revolucionarias de 1848, sino un sistema de dogmas que buscaba dar una respuesta definitiva a todas las preguntas. La suma de estas respuestas representaba la ideología del partido. Friedrich Engels claramente reconoció los defectos de la Segunda Internacional, aunque no tenía poder para alterar el curso. Mientras que los socialistas rusos tomaron una postura revolucionaria incluso en el período de la Segunda Internacional, casi todos los teóricos entre ellos estaban convencidos de que la inminente revolución en su país iba a ser burguesa en vez de socialista. En Rusia, por lo tanto, la doctrina marxista fue usada para demostrar la necesidad de desarrollar el capitalismo burgués y preparar la organización y la técnica a la medida de la revolución burguesa. La contradicción entre la actividad práctica de los partidos socialistas y el objetivo último del marxismo es la explicación básica de todas las vacilaciones, disensos y dificultades de las cuales la historia de los partidos hasta 1914 estaba repleta.

Todos los socialistas de la Segunda Internacional estaban de acuerdo en materia de legislación social práctica, como la jornada laboral de 8 horas, aumento de salarios y la mejora de las condiciones de trabajo. De la misma forma, todos preferían la democracia, el sufragio universal y la investidura de la autoridad suprema en las decisiones o asambleas que estuvieran basadas en el sufragio universal. Los socialistas rusos no eran la excepción en este caso, ya que planeaban convocar, luego de la victoriosa revolución una Asamblea Nacional rusa, que debería establecer una constitución democrática y republicana. En principio, la forma republicana de gobierno era preferida por todos los socialistas, pero en la práctica llevaban a cabo una lucha activa contra la monarquía en lugares en los que, como Alemania y Rusia, era de tipo feudal y semi absolutista.

Los partidos socialistas experimentaron dificultades particulares al definir las relaciones entre el Estado y la Nación. En miras de la imposibilidad de continuar con la revolución, la única política que pudieron adoptar frente al sistema existente sin repudiar al marxismo fue la de una intransigencia pasiva. La expresión simbólica de esta actitud fue la oposición llevada adelante por los diputados parlamentarios socialistas frente al presupuesto de gobierno. Ellos criticaron todas las medidas propuestas por los gobiernos y votaron en contra de las mismas. En particular, las políticas nacionalistas, imperialistas y militaristas características de los grandes poderes en surgimiento anteriores a la Guerra Mundial quedaron bajo el fuego constante de los socialistas radicales, quienes hicieron del apoyo del pacifismo internacional parte de su rutina diaria. Esto involucró una modificación muy significativa del marxismo, porque Marx y Engels siempre han aceptado la guerra y la fuerza como armas decisivas y han aceptado además su existencia al menos en las grandes naciones. Su único pedido había sido que el proletariado “debía constituir él mismo la nación”. El pacifismo de los partidos de la Segunda Internacional era el resultado específico de su inhabilidad de o bien aceptar el orden existente o de alterarlo a través de la revolución.

Esta política de inquebrantable obstruccionismo sin una preparación real para la revolución fue la característica del socialismo oficial y hasta 1914 fue la dirección general seguida por los ejecutivos de los partidos alemanes, la mayoría de los partidos italianos y de los congresos de la Internacional Socialista. Pero el desacuerdo sobre los principales problemas políticos llevó al desarrollo de escisiones internas tanto a la derecha como a la izquierda.

A la derecha del “radicalismo oficial” se ubicaron los revisionistas. Rehusandose a permitir que sus políticas del día a día sean determinadas por la recomendación de los que ellos consideraban un objetivo último quimérico, se esforzaron por conseguir triunfos prácticos para la clase trabajadora en el marco del orden existente. No vieron ninguna razón para reducir el compromiso y hubieran recibido aliados burgueses que pudieran ser convencidos de apoyar su política de rutina. Las minorías en los partidos alemanes e italianos pertenecían a la facción revisionista. En Francia una oportunidad inusual se le ofreció a los revisionistas por el amargo choque, escenificado en el asunto Dreyfus y en el movimiento anticlerical, entre la facción opuesta de los burgueses, la monarquía y la derecha autoritaria y la izquierda liberal y democrática. Tomando ventaja de la situación, el ala revisionista bajo el liderazgo de Jaurès se unió a los burgueses liberales en un bloque de izquierda por la defensa de la república. De esta manera, los socialistas franceses se convirtieron por mucho tiempo en un partido de gobierno. A pesar de las vehementes protestas de parte de los miembros radicales de la Internacional Socialista, ellos incluso contribuyeron a gabinetes de coalición de izquierda con ministros como Millerand y Briand, quienes eventualmente se pasaron al campo burgués.

El ala izquierda de los partidos socialistas consistió en aquellos miembros que reprobaron el marxismo del centro porque estaban convencidos de la inminencia de un período de grandes guerras y revoluciones. Pensaban, por lo tanto, que los trabajadores deberían prepararse para la actividad revolucionaria real, estudiar las doctrinas de la Revolución Rusa de 1905-06 y equiparse para un paro general. Débiles numéricamente, el ala izquierda de la Internacional Socialista estaba confinada principalmente al grupo de Rosa Luxemburgo en Alemania y a una pequeña camarilla marxista en Holanda.

En la Socialdemocracia rusa el “radicalismo oficial” estaba en general representado por los mencheviques y la izquierda por los seguidores de Trotsky. Había también algunos adherentes al revisionismo. El grupo bolchevique bajo el mando de Lenin, tomando una postura única, negaron la conveniencia de crear un partido obrero masivo organizado bajo principios democráticos y convirtieron en su objetivo principal desarrollar un altamente disciplinado núcleo de revolucionarios profesionales, que serían capaces de asumir el liderazgo de los trabajadores y campesinos en el levantamiento contra el zarismo.

Los antagonismos entre las facciones dentro de los partidos socialistas llevaron a numerosas divisiones. Los bolcheviques rusos se separaron en 1903. En el socialismo francés varios partidos y grupos socialistas en conflicto existieron desde el principio y no fue hasta 1905 que lograron una unidad formal. Divisiones también se dieron en Holanda y Bulgaria en el período anterior a 1914.

Las conexiones internacionales entre cada partido socialista eran muy débiles. Congresos internacionales, como aquellos organizados en Ámsterdam en 1904, en Stuttgart en 1907, en Copenhague en 1910 y en Basilea en 1912, fueron convocados con intervalos de varios años, pero sus decisiones no ejercieron una profunda influencia en las políticas de los partidos nacionales. La función de coordinación de los partidos descansó en el Comité de la Internacional Socialista, establecido en 1900 en Bruselas, pero esta organización estaba desprovista de poder ejecutivo. Ya que una organización internacional activa y fuerte hubiera sido un prerrequisito para cualquier lucha seria de los partidos socialistas contra el nacionalismo, su ausencia es una indicación más de que su profesión por el internacionalismo era meramente formal.

A la par de sus propias organizaciones, los partidos socialistas en todos los países se empeñaron por crear sindicatos. Los últimos estaban destinados a dirigir las disputas puramente económicas e industriales entre trabajadores y empleadores y a reclutar la mayor cantidad de obreros posibles, incluso aquellos aun indiferentes al radicalismo político. Aunque eran supuestamente independientes, en la práctica los sindicatos que estaban bajo dirección socialista trabajaron en conjunto con el partido. En Bélgica, el Partido Socialista Obrero no era más que un conjunto de lo político, lo sindical y las organizaciones cooperativas. 

Para atraer a las clases trabajadoras, los partidos socialistas se vieron forzados a estar en guerra en dos frentes. En primer lugar, estaban enfrentados al problema de ganar obreros que hasta el momento se veían satisfechos con los partidos burgueses. [Este grupo incluía a la mayoría de los trabajadores en Inglaterra y en Estados Unidos, así como aquellos que en Alemania pertenecían al Partido Católico de Centro]. En el otro frente, estaban desplegados los numerosos trabajadores que se inclinaron por una lectura sindicalista. Estos rechazaban a los partidos burgueses pero creían que ningún partido político podría ayudarlos. Sosteniendo que los partidos socialistas solo se volvían corruptos en el parlamento capitalista, soñaban con que las clases trabajadoras abandonaran los conflictos parlamentarios y centraran su atención en sus organizaciones profesionales, los sindicatos, los cuales podrían llevar a cabo la lucha por el poder mediante la acción directa y, particularmente, a través del paro general. Oponentes irreconciliables al partido socialista, los sindicalistas repudiaron a los sindicatos dominados por ideas y líderes socialistas y crearon por su cuenta uniones rivales. Mientras que eran comparativamente débiles en los partidos anglosajones, los sindicalistas controlaron a la mayoría de los trabajadores en España y tuvieron una considerable influencia en Francia e Italia. En Francia, por ejemplo, el partido socialista pudo avanzar poco con los sindicatos por la resistencia sindicalista.

El gran logro histórico de la Internacional Socialista durante el período 1889-1914 consistió en haber elevado efectivamente la autoconciencia, el estándar de vida y el nivel cultural de los proletarios en todos los países en los que mantuvo el liderazgo de los trabajadores. Al mismo tiempo, sin embargo, la Segunda Internacional difundió un dogma abstracto y poco realista que no era ni claramente revolucionario ni abiertamente reformista. En tiempos de paz, un radicalismo tan formal era bastante inofensivo porque el poder político burgués lo protegía de sus propias consecuencias. Pero los partidos socialistas así dirigidos no podrían soportar una crisis seria. Esto se volvió evidente con el estallido de la Guerra Mundial.

El colapso de la Segunda Internacional en 1914 no puede atribuirse a la inhabilidad de los socialistas para prevenir la guerra, porque eran una minoría en todas las naciones beligerantes y ninguno de los gabinetes de guerra estaba bajo influencia socialista. Tampoco pueden ser condenados los trabajadores socialistas por participar en la defensa de su país: Marx y Engels nunca objetaron el derecho a la defensa nacional. Aun así, cuando los partidos socialistas en Alemania y Francia, así como también en Austria y Bélgica apoyaron los créditos de guerra y establecieron la tregua con sus gobiernos y los partidos burgueses, el sueño de la intransigencia radical se esfumó en el aire. Los miembros del partido fueron cortados a la deriva de sus amarres históricos y las propias organizaciones del partido en esta situación inusual se volvieron inertes y siguieron sumisamente lo ordenado por sus gobiernos. En Rusia, por otro lado, donde los socialistas siempre persiguieron un objetivo revolucionario genuino, la mayoría del partido se opuso a la política de guerra del gobierno. El partido socialista de Italia también se mantuvo en oposición; aquí, sin embargo, la división de los partidos burgueses sobre la cuestión de entrar en guerra alivió el problema para los socialistas. Pero en cualquier caso, con los alemanes y los austríacos detrás del Poderes Centrales y los franceses, los ingleses y los belgas apoyando a la Entente, la Internacional fue destrozada.

Mientras la guerra continuaba, sin embargo, ciertos grupos entre los socialistas empezaron a oponerse a la tregua, y su deseo de retomar la lucha de clases resurgió. Esto era particularmente cierto en Alemania, donde en 1915 los oponentes a la tregua se retiraron de los socialistas mayoritarios y en 1917 conformaron el Partido Socialdemócrata Independiente. En conferencias celebradas en Zimmerwald y Kienthal en Suiza, los socialistas de los países neutrales junto con los rusos, los italianos y los grupos independientes en Alemania, y en Francia y otros lugares buscaron revivir la Internacional. Pero el movimiento mismo de Zimmerwald estaba falto de unidad. Mientras que la mayoría soñaba con restablecer la vieja Internacional sobre la base del repudio a la política de tregua, Lenin, quien ya en 1914 había declarado muerta a la Segunda Internacional, insistió en la creación de la Tercera Internacional de activos revolucionarios calificados para dirigir la insurrección mundial que él esperaba con confianza que siguiera a la Guerra Mundial. La izquierda zimmerwaldiana bajo la dirección de Lenin atrajo sólo una escasa masa de seguidores por fuera de los bolcheviques, y el movimiento de Zimmerwald no dejó ninguna organización permanente.

Para las revoluciones burguesas alemanas y austro-húngaras, que se dieron en 1918 como el resultado de un completo hartazgo de las masas, el anhelo generalizado por la paz y el descrédito de los gobiernos reinantes, los socialistas no hicieron nada para allanar el camino. De ahí que fueran apenas capaces de convertirlas en revoluciones socialistas. Fue puramente el resultado de las circunstancias históricas que, luego del colapso de la monarquía, el liderazgo de la República alemana como así también los nuevos estados de Austria, Checoslovaquia y Hungría, cayeran en sus manos. En Rusia, luego de la revolución burguesa de febrero de 1917, los mencheviques, o socialistas democráticos del tipo europeo occidental, se unieron al gobierno de la joven república burguesa. Con la revolución bolchevique de octubre, sin embargo, el partido menchevique fue aniquilado.

La victoria bolchevique, con el resultante partido dictatorial y la inauguración del estado socialista, causó una profunda impresión en los trabajadores alrededor del mundo. El llamado de Lenin a los trabajadores de todas las naciones para que abandonen la desintegrada Segunda Internacional y se unan a la revolucionaria Tercera Internacional fue recibido con entusiasmo. Durante 1919 y 1920, todos los partidos socialistas excepto el laborismo británico experimentaron serias convulsiones y disturbios internos. La mayoría de los trabajadores en Alemania, Francia e Italia y en muchos pequeños países estaban listos para unirse a la Tercera Internacional, que había descartado el comprometido nombre del socialismo y se había llamado a sí misma comunista en el espíritu de 1848. Que la aparentemente imposible tarea de revivir a los partidos socialistas y reconstruir la Segunda Internacional haya sido conseguida en estas circunstancias se debe a la política adoptada por los propios bolcheviques. Los líderes rusos no tenían el deseo de crear una comunidad libre recibiendo a todos los trabajadores. [Ellos más bien soñaban con disfrutar del completo control de los partidos de otras tierras y hacerlos servir a los intereses del estado ruso. Por esta razón, los bolcheviques ahuyentaron a la mayoría de los trabajadores socialistas originalmente atraídos a ellos y fueron capaces de organizar dentro de la Internacional Comunista solo a una minoría del proletariado internacional. Muchos grupos y partidos socialistas que en principio simpatizaron con la Tercera Internacional, se unieron para crear la Internacional de Viena, y en el Congreso de Hamburgo de 1923 se unieron con otros partidos socialistas en la Internacional Obrera y Socialista, con su sede ahora ubicada en Zurich. La Federación Sindical Internacional, que fue establecida antes de la guerra bajo liderazgo socialista, fue reorganizada en 1919 en Amsterdam, donde su oficina central estuvo ubicada hasta 1931. Luego fue transferida a Berlín y ahora su scat está en París.

En la historia de los partidos socialistas, la década de 1923-33 estuvo marcada por la lucha contra los comunistas por un lado, y contra los movimientos burgueses contrarrevolucionarios, como el fascismo y el nacional-socialismo, por el otro. La tradición de preguerra del radicalismo abstracto tuvo que ser abandonada por los socialistas y su perpetuación recayó más bien del lado del conjunto de los partidos comunistas. Al hacerse cargo de la tarea de construir una nueva base teórica y táctica, los socialistas acudieron al revisionismo de preguerra para sus principios rectores. Fueron los socialistas ingleses, siguiendo con la tradición de los fabianos y del socialismo corporativo, y los austríacos, llamados austro-marxistas, quienes hicieron las contribuciones más importantes a esos desarrollos teóricos.

Los partidos socialistas ahora proclamaban enfáticamente su intención de conseguir el poder únicamente a través de medios democráticos en lugar de mediante la dictadura forzosa de una minoría. El uso de la fuerza sólo era permitido cuando una minoría reaccionaria le arrebatara el poder con violencia a una nación mayoritariamente socialdemócrata. Los socialistas de todos los sitios también anunciaron abiertamente que estaban trabajando por reformas en el marco de la sociedad capitalista. El reconocimiento de una monarquía constitucional, coaliciones con los partidos burgueses, la participación de ministros socialistas en gobiernos burgueses y la aprobación de presupuestos de estados capitalistas, todo eso era considerado consistente con la teoría socialista: la decisión en cada caso debía tomarse desde un punto de vista práctico. Sin embargo, a pesar de todos esos compromisos, los partidos no renunciaron al objetivo de llevar a cabo una lucha definitiva en contra del sistema económico capitalista y establecer una sociedad socialista.

La dificultad experimentada por los partidos socialistas en el intento de desarrollar una política realista y activa a partir de una basada en eslogans abstractos está particularmente bien ejemplificado por los Socialdemócratas alemanes. Su repudio abstracto por el antiguo imperio se transformó en un apoyo igualmente abstracto de la nueva república, de la que asumieron el liderazgo el 9 de noviembre de 1918. Llegaron a identificarse a sí mismos con esa república y así fueron devorados por completo en su catastrófico derrocamiento en 1933. Esto resultó más irónico porque los socialdemócratas perdieron tempranamente su liderazgo de la república. La división entre la mayoría socialista y los independientes hasta su unión en 1922 y, subsecuentemente la rivalidad entre comunistas y socialistas, disipó las fuerzas de las clases trabajadoras socialistas. Los burgueses pronto recuperaron sus poderes en la república y desde 1923, excepto por breves intervalos, el gobierno nacional alemán ha sido totalmente burgués, aunque hasta 1933 los socialistas continuaron compartiendo las administraciones locales de los estados y las municipalidades. Los socialdemócratas, de todos modos, siguieron considerando la construcción de la república democrática como una gran hazaña, una mirada que en sí misma está completamente justificada. En todo momento se mantuvieron dispuestos a formar coaliciones con los partidos burgueses para la protección de la república. Mientras que la república democrática burguesa, incapacitada para aliviar los problemas económico o para lograr la igualdad para Alemania en las relaciones internacionales, progresivamente perdió el prestigio de las grandes masas populares, especialmente de la clase media, la hostilidad de las masas terminó dirigiéndose también contra los socialdemócratas, el partido republicano típico. Cuando el gabinete nacionalsocialista sucedió al gobierno militar del General Schleicher en enero de 1933, no estaban tomando el poder de los socialistas y republicanos: meramente un gobierno burgués sucedía al otro. El gobierno de Hitler procedió a suprimir completamente el primer Partido Comunista Alemán y brevemente después al Partido Socialdemócrata. Es difícil en el presente ofrecer una opinión definitiva sobre el futuro del socialismo alemán.

Durante el período de posguerra, el Partido Laborista Británico pasó de ser un grupo parlamentario virtualmente insignificante a una poderosa organización apoyada por millones de seguidores. El Laborismo británico tuvo la gran ventaja de no haber pasado por la escuela de la Segunda Internacional de 1889 a 1914. Por lo tanto, se mantuvo libre de todas las peculiares contradicciones que florecían de los dogmas marxistas oficiales de la Segunda Internacional. No tuvo vergüenza en formular su actitud frente a la Nación y el Estado, la lucha por el poder y la monarquía. Al mismo tiempo, estaba en una mejor posición que muchos de los partidos continentales para ofrecerle a las masas un programa preciso y claro de socialización con una mirada a la creación de la sociedad socialista. Como resultado, el Partido Comunista en Inglaterra es prácticamente insignificante, mientras que con el colapso del partido Liberal luego de la guerra la presencia laborista se convirtió y permaneció como el segundo partido más fuerte del país. Su sorprendente demostración de vigor para superar sus dos grandes crisis -la desafortunada huelga general de 1926 y en 1931 la derrota electoral y la renuncia de MacDonald- es prueba añadida de su vitalidad.

En Francia la posición de los socialistas es virtualmente la misma que la anterior a la guerra. En la lucha entre el bloque nacional de la derecha burguesa y los radicales o burgueses de izquierda ellos suelen mantener el balance. En numerosas ocasiones desde la guerra los socialistas franceses han realizado alianzas estratégicas con la izquierda burguesa y han ejercido así influencia en la dirección de la política nacional. Aunque durante 1919 y 1920 la mayor parte de los trabajadores franceses estaban en el campo comunista, los socialistas han sido exitosos desde entonces en ganar nuevamente una gran mayoría. En el curso del conflicto entre socialistas y comunistas los sindicatos franceses fueron separados en dos grupos, el socialista y el comunista-sindicalista.

En Italia todo el partido socialista entró en la III Internacional luego de la guerra, pero como resultado de una disputa con Moscú la mayoría del partido renunció más tarde. Los socialistas italianos han tenido un trágico destino. Mientras parecían lo suficientemente revolucionarios para motivar recelo en la burguesía, no lo eran demasiado para llevar a cabo la toma efectiva del poder. Esto no fue más que una recurrencia del viejo dilema de la II Internacional previa a la guerra. Por ello tanto el socialismo como el comunismo en Italia han sido aniquilados desde 1920 por los fascistas. Solo permanecen pequeños grupos de socialistas y comunistas italianos en el exilio.

En los Estados Unidos la influencia numérica de los socialistas no es más grande que antes de la Gran Guerra. Las ideas socialistas han sido indudablemente esparcidas hasta cierto punto entre los intelectuales del país; pero en la elección presidencial de 1932, que llegó en el pico de la crisis económica, solo un pequeño porcentaje de los votantes apoyó al candidato socialsita. El Partido Comunista es aún más débil, mientras que el Farmer-Labor Party también colapsó excepto en el estado de Minnesota. Sin embargo, las ideas y logros del gobierno de Roosevelt pueden abrir el camino para una influencia socialista mayor.

En España luego del establecimiento de la república de 1931 los socialistas participaron del gobierno de coalición hasta el final de 1933. Su posición, sin embargo, es difícil, ya que la mayoría del proletariado español sigue simpatizando con los sindicalistas. Los partidos socialistas tienen una influencia más grande en los países escandinavos, en Bélgica y Holanda, en Suiza y en Checoslovaquia. En Austria los socialistas controlaron exitosamente el gobierno de la ciudad de Viena desde 1918 hasta 1934. Lucharon duramente por proteger la constitución nacional democrática contra los poderosos grupos burgueses de los Socialistas Cristianos, los Nacional Socialistas y el Heimwehr. Pero en febrero de 1934, luego de un levantamiento armado de los trabajadores, el Partido Socialista austríaco fue suprimido.

En los países industrializados donde el socialismo ha ganado la mayoría de los trabajadores industriales, el voto combinado de socialistas y comunistas durante la última década ha promediado alrededor del 30 o 40 por ciento del total de votos. Esto fue así en Inglaterra, Austria, Checoslovaquia, Bélgica, Dinamarca, Suiza y Alemania mientras hubo elecciones libres. La notable uniformidad de este porcentaje revela el hecho de que los socialistas han fallado en atraer a cualquier sección de la población más allá de las clases trabajadoras. En las naciones modernas industrializadas la mayoría de la población consiste en empleados pero no solo en trabajadores industriales. Entre otros tipos de grupos profesionales –clérigos, funcionarios, artesanos y trabajadores agrícolas– el socialismo ha tenido poco éxito. Juzgando por la experiencia pasada es virtualmente imposible para los socialistas obtener control sobre el Estado si van a apoyarse solamente en el proletariado industrial. La revolución bolchevique en Rusia logró imponerse solo a través de una alianza entre trabajadores y campesinos.

En Asia el liderazgo de los movimientos de clase trabajadora luego de la guerra cayó en las manos de los comunistas, pero en los últimos años la Internacional Comunista ha declinado en Asia tanto como en los demás lugares. Aunque es todavía imposible predecir el futuro del movimiento obrero en los países líderes de Asia, tendencias socialistas significativas pueden encontrarse en Japón, particularmente entre los intelectuales. En Australia la oposición a la burguesía es el poderoso Labour Party, que no pertenece a ninguna Internacional. Similares y pequeños, pero también influyentes, partidos laboristas pueden encontrarse en Nueva Zelanda y Sudáfrica así como en Irlanda. 

Argentina ha tenido por mucho tiempo un partido socialista, y líderes militares y revolucionarios en otros países sudamericanos han profesado, no infrecuentemente, una adhesión al socialismo. Es, no obstante, difícil asegurar hasta qué punto esas declaraciones emanan del movimiento obrero. México está controlado por un fuerte movimiento de obreros y campesinos que está llevando a cabo una reconstrucción revolucionaria de la sociedad pero que no pertenece a ninguna Internacional.

El comunismo de variante moscovita es, hoy en día, políticamente poderosos solo en Rusia. El único país en los que el Partido Comunista tiene algo de influencia es en Checoslovaquia. El socialismo está actualmente suprimido en Rusia, Italia, Alemania y Austria, pero los partidos en Francia, Inglaterra y los países europeos más pequeños y los proyectos en Asia y América lo hacen todavía un poder internacional significativamente poderoso. El socialismo actual representa una continuación de la Segunda Internacional solo en esencia formal. En realidad la Internacional bajo dirección inglesa y francesa es bastante diferente de la vieja Internacional controlada por los rusos y alemanes. De una Internacional socialista del tipo inglés y francés puede esperarse que se alejen más y más de los dogmas estereotipados del marxismo, que nunca lograron asentarse en Inglaterra y ejercieron muy poca influencia en Francia. Esto no implica que vaya a renunciar al verdadero marxismo, que ha sido cuidadosamente antidogmático y realista. Los partidos socialistas de hecho van a convertirse en verdaderos marxistas cuando abandonen los dogmas tradicionales del marxismo oficial, En Rusia el marxismo dinámico del período revolucionario ha sido desde entonces reducido a una inflexible gramática de política autoritaria. [El futuro del socialismo descansa entonces en los partidos democráticos e intelectualmente independientes del oeste.]

Fuente: “Socialist Parties”, Encyclopaedia of the Social Sciences. Nueva York, 1930-1935, pág 212-220. Recuperada de http://kpolanyi.scoolaid.net:8080/xmlui/handle/10694/384

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